El libro más maravilloso

Esta semana quisiera compartir con todos ustedes una cita de Jean Jacques Rousseau:

“Hay un libro abierto siempre para todos los ojos: La Naturaleza”

Y efectivamente es así.

Tenemos la suerte de vivir en un planeta con una riquísima variedad de climas y microclimas, valles, cadenas montañosas, mares y costas, ríos y lagos, que nos proporcionan unos paisajes a cada cual más fascinante.

Les invito a hacer conmigo un recorrido imaginario por cualquier entorno que se nos ocurra.

Empecemos por las regiones árticas.

Inmediatamente nos vienen a la mente imágenes de inmensos desiertos inmaculadamente blancos, salpicados con lagos de intensísimo azul cobalto.

Enormes extensiones envueltas en un gélido y sepulcral silencio, recorridas por solitarios osos polares, o manchadas con enormes colonias de pingüinos.

¿Qué me dicen de las mágicas y espectaculares auroras boreales?

Bajando un poco más, nos encontraríamos con densos bosques habitados por toda clase de roedores y pájaros. Estamos en el reino del majestuoso ciervo.

En cada época del año van cambiando las tonalidades de los arboles, del verde más fresco al ocre más intenso.

Infinitas praderas de tiernos pastos, salpicadas de flores silvestres, donde pastan manadas de rumiantes y salteadas, aquí y allá, por tranquilas aldeas donde la vida transcurre serena y apacible.

Cordilleras montañosas coronadas de nieve y atravesadas por profundo valles.

Llegamos después a las zonas más meridionales, con bosques de pinos resinosos, campos sembrados de dorado trigo, viñas de prietos racimos, laderas colmadas de olivos y, envolviéndolo todo, el delicioso aroma de las frutas o el embriagador perfume de las flores.

Las zonas tropicales también ofrecen placeres para los sentidos. Pensemos en sus densos y húmedos bosques, dominados por la cacofonía ensordecedora de los sonidos producidos por los animales que habitan en ellos, los caudalosos ríos que desembocan en espectaculares cascadas. Zonas donde el alimento crece de forma lujuriosa, donde resisten tribus pérdidas que viven en un sistema primario y seguro de comunidad.

Se pueden encontrar paisajes alucinantes hasta en las zonas desérticas. Son zonas de dunas arenosas que se van transformando con ayuda del viento. Arenas que ocultan secretos de civilizaciones pretéritas. Es el imperio del misterio y la aventura.

Si el ciervo es el rey de los bosques en las regiones hiperbóreas, en las sabanas impera el león que se pasa sus días dormitando en el sopor del terrible calor, aguardando la llegada de la noche para salir a cazar entre las variadas manadas de ungulados que pastan en sus dominios. Las sabanas, que permanecen la mayor parte del año en una sequía asfixiante, esperan ansiosas la época de lluvias para hacer brotar de sus entrañas los brotes que alimentarán a una de las faunas más variadas de la Tierra.

Cuando queremos evadirnos del diario acontecer, solemos evocar las blancas playas de las islas que emergieron en los Mares del Sur, en la Polinesia o en el Océano índico.

Es una tentación imaginarse en una playa blanca, rodeados de palmeras, con un mar turquesa murmurando en la orilla.

Esto solamente es una pequeña parte de todo lo que nos proporciona nuestro planeta.

Espero sinceramente que hayan disfrutado, en estos pocos minutos de evocación, tanto como he disfrutado yo. Por eso, quisiera pedirles un favor:

Intentemos, por todos los medios, no perder ni uno sólo de los entornos que hemos heredado de nuestros mayores. Somos unos auténticos privilegiados por disfrutar de este pequeño y preciado rincón del universo.

No sé si nuestro mundo es consecuencia de un azar, de una combinación extraña y extraordinaria de elementos en un instante perdido en el infinito, o bien la obra del Mayor Arquitecto. Sólo tengo claro un deseo y quisiera que lo compartieran conmigo, porque es responsabilidad de todos nosotros:

¡QUÉ ESTE MARAVILLOSO LIBRO NO SE CIERRE NUNCA!

Justine de la Bretonne

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