Esta semana me quiero trasladar a los tiempos pretéritos de nuestro planeta. Hace 150 millones de años, cuando los dinosaurios eran lo que solemos llamar “los putos amos”.
En aquellos tiempos, la temperatura media del planeta era de unos 18 grados más de promedio que la actual.
A este calentamiento, seguramente contribuirían varios factores que nos es difícil determinar pero, una de ellas es – asómbrense ustedes – las flatulencias de los dinosaurios. En vulgar “roman paladino”: LOS PEDOS.
Según datos de un estudio reciente, las ventosidades de los dinosaurios liberaban a la atmósfera unos 520 millones de toneladas de metano al año. Lo que sin duda contribuyó enormemente al calentamiento global.
Un equipo de científicos (los eternos aburridos) estudió las flatulencias de las vacas, seres igualmente aburridos, aunque lo son mucho más las ovejas, que además son unas remilgadas.
Pero volvamos al tema, que me voy por las ramas: estos señores, comparando el tamaño de las vacas con el de los dinosaurios, han llegado a estimar que estos últimos producían unos 500 millones de toneladas más que nuestras actuales vacas.
Las vacas, por lo menos dan leche, y posan plácidamente y muy formalitas en los valles a los que han sido asignadas, para dar a todo un aire así como más bucólico.
Un paisaje plagado de dinosaurios, atronando la atmósfera con sus flatulencias es de todo menos bucólico.
Este estudio nos lleva a curiosas reflexiones:
En primer lugar, queda claro que la agresión a nuestro entorno no es nuevo ni tenemos la “patente” de ello los seres humanos (ni siquiera en eso somos los primeros).
La diferencia es que los dinosaurios no eran conscientes y nosotros sí. Además, ellos tampoco podían hacer nada porque aún no se había inventado el Aerored.
Con unos bichos tan grandes, me imagino que cada uno de sus cuescos debería de oírse en varios kilómetros a la redonda y con una ventolera de huracán caribeño.
En caso de producirse el alivio en las aguas de los mares, seguro que se originaban tsunamis de record.
Eso sin contar la peste, que debería de durar varias semanas.
La vegetación existente no podría dar abasto para transformar los aires pestilentes en oxígeno. La situación se agravaba porque, además, era pasto del voraz apetito de la mayoría de especies de dinosaurios.
Muy vegetarianos, pero soltando gas a toda mecha. Eso sí, se quedarían muy a gusto.
Imagino que la capa de ozono debería de tener unos agujeros del tamaño de la actual Australia.
Imagino también que el resto de especies se pasarían todo el día rogando al cielo para que se produjese una extinción masiva de esos seres tan grandotes y maleducados, que no dejaban respirar a nadie un poco de aire puro.
Y vaya si el cielo les respondió. Les cayó un meteorito que los dejó a casi todos fritos. Y al que lo dejo a medias, se acabó de cocinar en la pestilente atmósfera formada a partes iguales por las altas temperaturas consecuencia del impacto y sus propias ventosidades.
¿Quién dijo que un meteorito acabó con los dinosaurios? Si nos vamos al origen real, los dinosaurios se extinguieron POR PEDORROS.
Justine de La Bretonne
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