Morir de amor… al vicio

Estimados amigos, el mundo animal no deja de sorprendernos. Ahí va el titular de un artículo que he leído esta semana:

“SESIONES DE SEXO DE MÁS DE 3 HORAS DEJAN SIN FUERZA A LOS CALAMARES”

Si tomamos en cuenta que la vida de estos animalitos de 7 cm de largo es de un año, podemos determinar que realmente tienen un vicio considerable.

La cuestión es que una estudiante de la Universidad de Melbourne decidió averiguar hasta qué punto el apareamiento de estos animales les suponía un esfuerzo, tanto al macho como a la hembra.

¿Qué empujo a esta señorita a semejante investigación?  Los motivos de la mente son, a veces, de lo más peregrino y se me ocurren varios motivos pero, hoy no quiero ser mala. La cuestión es que el informe no lo dice y a nosotros tampoco nos importa.

Vamos con los calamares que es el tema de hoy:

Parece ser que después de estas sesiones maratonianas, los pobres animalitos se agotan tanto que no tienen fuerzas para nadar e incluso para alimentarse. Todo ello hace que sean presa fácil para sus depredadores naturales.

Por tanto, su arrebatadora pasión es lo que les hace la vida tan corta.

Lo más sorprendente, es que no se trata de animales muy sociables. Estos calamares suelen ser seres solitarios, nada románticos y siempre están dispuestos a canibalizar a sus vecinos y a practicar sexo a la fuerza.

Durante su corta vida se aparean con múltiples parejas, siendo su ritual bastante simple: el macho agarra a la hembra por la parte posterior de la cabeza y a darle al tema.

Después de estas sesiones, cada miembro de la pareja necesita, al menos, una media hora para recuperarse.

Personalmente, podría citar a algún espécimen de la raza humana que, con menos tiempo de apareamiento, necesita bastante más de media hora para volver a ser persona.

Como soy benevolente, quiero pensar que todo depende de la intensidad del encuentro. Sólo un ratito pero,  ¡Que ratito!

Volviendo a los calamares australianos, creo que esta pasión desbordada que sienten permanentemente se debe a su aburrida existencia en los fondos marinos: Si no hay nada más que hacer, pues a aparearse como mandriles. Cierto que se acorta la vida pero, ¿Para qué alargar una vida de por si aburrida?

Quizás ese sea el secreto del éxito de los calamares que se sirven en los bares españoles. No solamente están deliciosos, sino que su ternura será debida a las incontables horas que pasan desfogándose.

Hay otro plato español que, particularmente, me fascina: el pulpo “a feira”.

Tengo entendido que a estos animales se les da una paliza tremenda para hacer su carne más tierna.

No es necesaria semejante crueldad.

Señores pulperos, simplemente apareen a los pulpos hasta la extenuación.

Es una  deliciosa manera de morirse. ¿No creen?

Justine de La Bretonne

Queremos Verde

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3 comentarios en «Morir de amor… al vicio»

  1. Muertes de cefalópodos por ondas de frecuencia media: Las ondas de frecuencia media utilizadas en las exploraciones geológicas para determinar la existencia de hidrocarburos en la plataforma submarina pueden afectar al organismo de los calamares gigantes y ocasionarles la muerte. Angel guerra, uno de los investigadores del Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo que participó en la Operación Kraken, que intentó sin éxito filmar calamares gigantes vivos frente a la costa de Asturias, dijo que «existen indicios suficientes» para pensar que la muerte de grandes cefalópodos obedece a «causas externas». Entre septiembre y octubre de 2001 y en octubre de 2003 se registraron varamientos de calamares gigantes en la costa del Cantábrico coincidiendo con operaciones de barcos que realizaban estudios geofísicos del fondo marino del Golfo de Vizcaya mediante sondas de ondas expansivas de frecuencia media, según indicó el investigador . Guerra dijo que las necropsias de estos animales determinaron daños en los sistemas circulatorio, nervioso y auditivo que podrían adjudicarse a estas ondas, en un efecto similar al comprobado en algunos que habitan zonas de mucha profundidad. La hipótesis fue respaldada por el catedrático de Patología Animal de la Universidad de Las Palmas, Antonio Jesús Fernández, que se comprometió a colaborar en una investigación en esa línea.

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