Eco safaris

Esta semana me gustaría trasmitirles mis impresiones sobre una práctica nueva y, en teoría, respetuosa con el  resto de seres vivos de nuestro planeta: el Eco Safari.

No cabe duda que hemos evolucionado desde que encerrábamos a los animales salvajes en jaulas donde apenas podían moverse, rodeados de barrotes de metal y suelos de cemento; elementos que para nada forman parte del entorno natural de ningún ser vivo.

¡Pero los humanos somos así! Con tal de satisfacer nuestra curiosidad, nos importa un bledo meter a un ser vivo habituado a recorrer grandes extensiones de bosques,  como es el caso del oso pardo, en un espacio de 4 x 4 metros, sin un ápice de vegetación y expuesto a las miradas de todo el mundo. Sin intimidad ni para comerse las pulgas tranquilamente.

Lo más indignante del caso es que por un lado nos fascinaba ver animales con enormes colmillos, garras como cuchillas y pelajes a cual más exótico (la naturaleza es inmensa en creatividad y diversidad); y por otro lado nos extrañaba el comportamiento alienado de lo que llamábamos “fieras”.

Prueben ustedes a pasarse la vida recorriendo un cuartucho de las dimensiones de estas jaulas, expuestos a todas las miradas y recibiendo mofas, cascaras de cacahuete o mondas de mandarina. ¡Es para acabar agilipollado del todo!

Todo eso ya cambió, afortunadamente. Ahora se lleva lo ecológico, el respeto por la naturaleza y la preservación de la flora y fauna autóctonas.

Para ello, hemos cambiado las antiguas visitas al zoo por visitas guiadas a selvas, sabanas, desiertos, etc.… para ver a los animales en su entorno natural. Les observamos desde una distancia prudencial y ellos a su bola, cazando, procreando, tumbándose al sol,…

Seguimos siendo los mayores cotillas de este planeta pero, eso sí, manteniendo a salvo nuestra conciencia.

El problema viene ahora porque según recientes estudios de expertos biólogos (ya saben, los que por aburrimiento se dedican a cuestionar y echar por tierra cualquier iniciativa divertida), resulta que esta práctica es tremendamente desagradable para los animales salvajes y, en especial, para los primates. Curiosamente nuestros más cercanos parientes.

Parece ser que muchos gorilas sufren de stress al ver invadido su territorio. De hecho, muchos no aceptan la comida que los humanos les tiran. La verdad es que no me extraña. Me imagino a una mama gorila advirtiendo a su pequeño:

“No cojas ni comas nada que te den esos animalitos tan raros que llevan encima trapos de colorines. Ellos comen cosas muy raras y podrías acabar pochito”

Y el pequeño primate que, como todos los animales salvajes, es muy educadito, hace caso a su mamá y si  algún humano le tira algo huye despavorido

Los biólogos aburridos han descubierto que los animales se sienten muy incómodos con nuestra presencia. Son observados en cada actividad que realizan y eso, si no eres por naturaleza exhibicionista, se lleva muy mal.

La vida salvaje está muy bien orquestada, pero es muy cansado hacer cada día la misma función cada vez que aparece un jeep de excursionistas.

Tomemos el caso de las gacelas Thompson:

Como todos los animales, son muy disciplinadas y saben que tienen que pastar en grupo, así como con un aire despreocupado, para echar a correr a toda velocidad y en todas las direcciones cuando aparece un felino con clara intención de convertir a alguna de ellas en su cena.

Ellas corren y corren hasta llegar a cualquier arboleda y, golpeando con la pezuña, gritar “Por mí y por todas mis compañeras”.

Pero eso en la selva no vale.

Tampoco vale que el León (o el guepardo o el leopardo) ese día se sientan cansados y sin ganas de correr.

¡Te fastidias y te haces los 100 metros sabana a 115 km hora! ¡Vago, más que vago!

¿Cómo, si no,  podrían los de Nacional Geografic hacer esos reportajes tan bonitos?

Así pasa con todos los animales, se mueven por la sabana en una coreografía ordenada y vistosa: las cebras entremezcladas en los rebaños de ñus y cruzando juntos el río cuando deben, es decir, cuando los cocodrilos están listos para engancharles; los grandes felinos tumbados a la sombra de cualquier árbol; las jirafas paseando majestuosas a contraluz del sol,… ¡Y mucho ojito con salirse del camino! Sería una lástima estropear el encuadre de una fotografía.

Pero claro, estar siempre a punto estresa mucho a los animales salvajes, aunque a nosotros nos haga felices. ¡Pobres ilusos! ¡Maldita plaga planetaria!

¿Con qué derecho nos atrevemos a invadir cualquier espacio virgen y natural?

Da igual la pátina de ecología con que barnicemos nuestra curiosidad. De una forma o de otra, no paramos de dar por culo al resto de especies.

Justine de la Bretonne

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